"Siempre idealizamos lo que no conocemos. Y lo hacemos como un acto reflejo al no tener referencias de lo que estamos viendo, sintiendo y oliendo por primera vez... Pero al acabarse la expectativa, viene la realidad y está en uno - y en el otro, claro está- seguir con los imaginarios o mostrarnos como somos. En este caso invito a desnudarnos de nuestros propios disfraces y tomar el sol de una verdad relativa." Kia
Después de pasar por la enajenación que más dentro me ha calado, he retornado poco a poco a mí. Luego de permitirme soñar durante mucho tiempo con la que me apreció la etérea complacencia de tener su cabello entre mis dedos, hoy retorno a mi quid solitario y monótono. Y vuelvo a jugar, a experimentar, para matar esta rutina terrible de la que no tengo ni tendré escapatoria nunca.
Durante el tiempo que se le dio la gana estar conmigo (pero no lo digo con rencor, sino para significar la vehemencia que esa voluntad debe expresar, que me significó), ella fue más que suficiente para distraerme, para llenar de color, ternura y alegría mis días. Por lo tanto, los experimentos se extinguieron y fueron relegados a segundo plano. Pero ahora que la costumbre y el sin sabor de los días regresan, retornan también las actividades inocentes que como juegos introduzco a mis días, aquellos juegos destinados a aprender cosas nimias y sin importancia de los seres humanos que me rodean, a divertirme con mis descubrimientos estúpidos, a estudiar las reacciones de personas que, como yo, también se encuentran inmersas en una atadura sin sentido y consumista, de la cual no pueden y de la que a diferencia mía, no quieren escapar.
Volví a dispararles a los peatones con mi mano, a ladrarle a la gente, a saludar a los transeúntes. A cantar con vozarrón “Ciudad de Pobres Corazones”. A reírme sola en las esquinas. Y mientras realizaba mis infantiles pruebas, pensaba constantemente la forma de entender cómo pudo ser que todo ese dolor se introdujera en mí por la ausencia de una persona, que al haber tomado un poco de perspectiva ya no me pareció ni tan maravillosa ni tan espectacular como desde el principio la percibí. No comprendía el porqué de que su caos me llenara tanto, porqué me sedujo de esa forma casi mortal y perniciosa. Porqué a pesar de querer cargar todo el peso de su destrucción, no pude más que convertirme en un atlas escuálido y débil que no tuvo más remedio que descargar el mundo que se cernía sobre su existencia y ver de lejos como se extinguía todo el fuego que lo atrajo.
Las respuestas iniciales fueron las obvias. “Es natural que un espectáculo pirotécnico nos sobrepase, nos distraiga, nos seduzca” Me dije. “el FUEGO atrae, naturalmente.” Pero casi aleatoriamente me di cuenta de no era el fuego mismo que con su espectáculo que me atraía. Había más, me seducía libremente con el espectáculo, pero no por el espectáculo mismo, sino por la posibilidad de ser yo la causante del fuego, del caos, del desastre.
Entonces, en medio de mis dudas sobre mi misma, apareció ella, nueva.
Inasible es el adjetivo que más me han adjudicado en mi vida, y para esta nueva persona no fue la excepción. Su aliento lleno de rumores de vodka, otorgando verdad no concedida a sus palabras, me confirmó que yo también tenía este calificativo en su memoria. Que su mente también me concebía como algo intangible, inmaterial, un cuerpo que no podía contener todo el ideal que de mí se había forjado. Y no porque fuera sólo algo platónico, sino porque era un imposible que se hacia real a sus manos, a sus labios. Después de tanto negar la posibilidad de ofrecerle mi piel, decidí que era lo mínimo que podía hacer, luego de que hiciera tantas cosas por soportarme, ya que mis estructuras parecían insuficientes para sostenerme mientras el dolor naciente de la partida de aquel sueño que llamé relación parecía destruirme y reducirme.
Apareció ella para levantarme con cuidado. Apareció en realidad mucho antes con la fuerza de su significancia en mi existencia. Con una significancia menor o tal vez solamente distinta a la que ella me otorgaba, y a todas luces exigua para ella. Y tan sin proponérselo, ha permitido que yo experimente conmigo. Sin intención, pude descubrir con sus manos surcando mi realidad que era lo que me llenaba. Sus palabras en medio de la oscuridad de esa noche, me sonaron como a un Dejá Vu terrible. Insistió después en que yo sólo era aquello que daba o condonaba, aquello que podía asir de mi existencia. Pero a mi me pareció que era un macabro azar, que yo había sido sujeto de una lobotomía localizada y que ella usaba palabras prestadas por el viento y casi borradas de mi memoria para intentar aferrarme con más facilidad. Tuve el presagio de que aquellas palabras ya me hubieran sido dichas con la misma vehemencia, con la misma dosis de verdad en los labios de sus dueños.
Me doy cuenta entonces que soy eso. El tipo de persona que se puede pensar, pero que no se puede asir. Que sin querer me subo en un pedestal, del que después pido a gritos que me bajen. Que lo poco que muestro y el universo entero que reservo de mi misma, todo lo que con mi silencio escondo, todo lo que no sé siquiera bien que callo, es lo que les permite a los demás imaginarme, realizarme platónica. Y me seduce terriblemente eso, sin saberlo. Y yo, que no necesito ningún pedestal, me equivoco terriblemente al decidir ser para alguien.
Entonces soy como el lienzo sobre el cual las personas tienen la posibilidad de hacer sus ideas imposibles de mujer, reales. Como si fuera la arcilla que se presta para crear el molde perfecto y el fetiche del cual se “enamoran”, con el cual construyen una pseudo-relación que yo considero real.
Me aterra terriblemente verme así, por primera vez, pero entiendo que eso soy. No soy siquiera peligrosa, venenosa ni adictiva, ninguno de esos adjetivos que tanto me gustaría que me definiesen en realidad me quedan. Sólo soy la posibilidad de hacer algo irreal aún más irreal, pero presente. Sólo escojo al creador, solo acierto a decir "quiero ser para esta persona" y equivocarme crasamente al creer que me quieren a mí. Y cuando descubro que quieren a la idea que les permití crear sobre el lienzo de mi inocua existencia, entonces duele... porque yo si me enamoro sin necesidad de usar a nadie como lienzo, o de crear prejuicios o pre conceptos sobre su existencia.
Soy adictiva tal vez únicamente en la medida de que les permito fabricar su emoción. Creer que es intensa, que es imposible, que es algo etéreo y efímero que pueden tener en las manos. Inconscientemente permito esta violación a mis esperanzas, e inconscientemente me deleito en el placer que me representa encontrar alguien que me complete los días con su deseo insatisfecho. Con la posibilidad de ser ventana para observar desde mi existencia la forma más perniciosa de elevarse por el aire. La enajenación misma del acto de mirar y escaparse a través de, ser el mecanismo con el que se huyen.
Me doy, sin embargo el significado que esto podría tener en la vida de estos que me han dibujado, y que luego decepcionados de su propia obra, se alejan. Puede que deteste profundamente esto de ser inasible nada más, de no poder ser querida como algo real que se manifieste, sino como la mera representación de algo que pueden construir. Y lo odio, porque siento que no soy sino algo en blanco que es llenado por los colores, rumores, humores, y pasos de los demás. Pero también he de admitir la belleza dolorosa y terrible que tiene él no ser apreciada por algo que se es sino por las ideas que permito crear en alguien más, así después esa persona se desilusione y con los ojos sin venda y sin creación pueda ver que es lo que soy, y decida retirarse de la malograda intención que se permitió construir y con la que me permitió soñar, con la que me seduje y me confundí.
Descubrí con este experimento, el primero que sin quererlo realmente me permití conmigo, que lo que más conjuga dolor en mis días es la importancia y la significancia que otorgo a ese “creador”, y la utópica creencia que amaría el lienzo en blanco, que no intentaría llenarme de ningún color o humor mi existencia, pero que me ayudaría a crearme a mí misma. Pero, ¿Qué clase de pintor sería el amante de una hoja en blanco? amaría su textura, su capacidad de fijar los colores y las distintas mezclas que usaría para armar su obra, para soñar a través dé, pero no la vacuidad de su hoja, cuando puede ver en el algo que crear. ¿Qué clase de violinista preferiría su violín sin sonido?, si lo que necesita es enajenarse en la música que pueda fabricarse con sus cuerdas...
No soy sino un mecanismo para que las personas crean que pueden tener algo mágico y de sentido, sino total en sus vidas, al menos embotador. Y eso, aunque me duele terriblemente, a los que les permito entrar a mis días les proporciona una noción de belleza indescriptible. De la misma forma en la que convoco al sueño, así mismo convoco a la ilusión pasajera que distrae de la vida diaria. Como le dije alguna vez en broma a la mujer que referencio al principio de este escrito, soy “procastinadora” y “distractora” profesional…
Como resultado de este tonto experimento me siento descubierta, vacía y terriblemente inocua, como si ni siquiera pudiera destruir una burbuja. Me siento torpe: me dejé creer que todos ellos y ellas estaban enamorados de mí y también me enamoré de ese sentimiento. Me dejé seducir. No sé cuanto tarde en creerle a los ojos de otro que me diga que me quiere, sin tener la desconfianza plena y viva de que lo que quiere es la imposibilidad que represento. Por ejemplo…